viernes, 9 de marzo de 2012

Bibliocleptómanos


Por la Biblioteca del Museo Etnográfico de Castilla y León

No hay ninguna biblioteca en ningún lugar del mundo que no sufra el robo de libros, sea cual sea su tipología tiene que asumir que algún día alguien le sisará un libro…

De hecho,  en la biblioteca del Etnográfico contabilizo dos «desapariciones» (opto por este término con la esperanza de que algún día vuelvan a casa)  en los últimos seis años. Evidentemente son muy pocas en relación a las Bibliotecas Públicas o Universitarias, pero claro, el volumen de usuarios también es estratosféricamente menor.

En cualquier caso, es un fastidio para las bibliotecas. Supone una serie de tareas algo pesadas: localizar los libros que faltan, darles de baja en catálogo y alguna más; pero también si el libro es de interés, supone reponerlo, con el gasto innecesario que conlleva  y tal y como estamos las bibliotecas de presupuestos…
Aunque, sin duda,  el principal perjudicado  es el usuario que no puede disponer de ese libro porque otra persona ha decidido que está mejor en su casa.

Esto de la bibliocleptomanía no es algo precisamente reciente, de hecho, todos conocemos la famosísima cédula de excomunión papal que protege la «Antigua Librería» de la Universidad de Salamanca y no era broma, la amenaza de excomunión por robo o destrozo de un libro de la biblioteca hasta que no fuera restituido consta en las Constituciones del Estudio Salmantino de 1411.

 
No me resisto a citar esta advertencia inscrita en la biblioteca del Monasterio de San Pedro, en Barcelona:

Para aquel que roba, o pide prestado un libro y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe la mano y lo desgarre. Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas como lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre.

En esto del robo de libros vamos a dejar  para otro post el clásico asunto del libro prestado y nunca devuelto, porque eso da para mucho también.

Nos vamos a centrar en robos propiamente dichos y como la mayoría, obviamente, son anónimos, nos centraremos en escritores de reconocido prestigioso y de también reconocida cleptomanía bibliográfica.

El chileno Roberto Bolaño, fallecido en 2003, incluso dejó dicho en una entrevista:
“Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpetrar el crimen”

En Babelia, suplemento cultural de El País, reconoció que “los libros que más recuerdo son los que robé en México entre los dieciséis y los diecinueve años

El argentino Rodrigo Fresán, hizo una apuesta con un amigo para ver quien era capaz de robar los siete tomos de En busca del tiempo perdido en distintas librerías y…lo consiguió.

En  un fantástico y breve  artículo  publicado en 2005 en El País por Eugenio Suárez bajo el título de “Libros robados” , el autor escribe cómo César González Ruano, madrileño, “había formado una excelente biblioteca con los libros que tomaba prestados sin devolución y que sustraía”.

Asimismo, Álvaro Cunqueiro,  “daba sablazos  para comprarlos y se apoderaba sin el menor remordimiento de los que no podía adquirir”.

En fin, son muchos los ejemplos que se pueden poner de esta peculiar clase de cleptomanía, casi infinitos. Pero bueno, un par de buenas recomendaciones para quien quiera profundizar en este campo  son «Una historia de la lectura» de Alberto Manguel y «Enfermos del libro: breviario personal de bibliopatías propias y ajenas», escrito por Miguel Albero.

Los tenéis a disposición en ésta y en muchas otras bibliotecas… ¡pero ojito, con “V” de vuelta!

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